• PUBLICADO POR Alfredo Cohen Montoya

No me quería bien la termita. Yo solo era un niño cuando acabó con un armario gigante que había en el estudio de mi casa. Cayó de golpe contra el suelo, una enciclopedia ilustrada del siglo XX que rompió los discos de acetato de «El Flecha», el personaje literario de David Sánchez Juliao, con quien mi padre me enamoraba del Caribe. Eran épocas en las que el narcotráfico hacía volar carros a las calles de Colombia, así que el ruido inesperado del armario implosionante me cagó del astado. A esa edad, nadie me había explicado que hubiera bestias que se alimentaran de celulosa de madera.

Esta termina (comején con castellano) para lo que escribo me cae mejor y sí va consiguiendo su propósito: el de generar ideas para que rocen el sistema. Me convertiré en su fan, el fiel seguidor, el soldado, el térmit number one.

Es una alegría que este espacio haga un año justamente el año en que los bichos invisibles parecen destruirlo todo. La inmensa mayoría de los emprendimientos sociales no lo consiguen, pero estoy convencido de que un proyecto que dura más de un año puede durar toda la vida. Que pueda, no quiere decir que lo consiga, pero puede porque es un proyecto colectivo, que sabe lo que quiere y más o menos por dónde va.

Felicidades a este proyecto plural, con carácter, independencia, voz propia que, como los tibios, está acostumbrado a trabajar en equipo.

Cuando conocí a quienes están detrás de la iniciativa, entendí que no podía esperar menos y que yo también quería estar allí: hacer parte de un «comején» así, con tanta madera por delante.

Texto publicado originalmente en EL COMEJÉN .