• PUBLICADO POR Alfredo Cohen Montoya

Un jovencísimo Carlitos Vives revolucionaba el panorama musical del Caribe colombiano recuperando canciones viejas, y yo, con solo siete años, abrazaba a mi padre en medio de 20 mil almas, cantando estas estrofas como si realmente alguien diferente de mi madre me esperara en casa.

Cuando salgo de parranda muchas veces me distraigo con algunas amiguitas, pero yo nunca te olvido porque nuestros corazones ya no pueden separarse. Lo que pasa es que yo quiero que descanses, pa’ tenerte siempre bien conservadita…»

Han pasado treinta años desde aquel concierto, pero la canción compuesta por Sergio Moya Molina tiene más de seis décadas. Sin embargo, no sería extraño encontrar hoy en día a un adolescente de algún barrio de mi Barranquilla natal aún cantando:

«Cómo ya tu me conoces te agradezco me perdones si regreso un poco tarde, cuando llegue yo a mi casa quiero verte muy alegre, cariñosa y complaciente, pero nunca me recibas con desaire, porque así tendré que irme nuevamente»

Durante el 2016, en uno de mis viajes a Colombia, indignado por la noticia de la violación y asesinato de una niña pobre, de origen indígena, a manos de un millonario, yo también malogré Les Quatre Babys, la canción que Maluma acababa de lanzar con vídeo.

En el verano de 2019 durante un festival en Bilbao, C. Tangana fue bajado del cartel gracias a una petición de Change.org . El argumento era que no debía ser pagado con dinero público el concierto de un tipo que cantaba «machistadas». En el País Vasco, un rebaño de impresentables había grabado un vídeo mientras violaban a una joven semanas antes, así que las firmas de la petición subieron como espuma.

Entonces volvió Maluma cantando: «Si con otro pasas el rato, vamos a ser feliz, vamos a ser feliz, felices los cuatro, te agrandamos el cuarto…» Y ahora, el machista estaba cantándole al poliamor? La posibilidad de esta relación sin celos tiene hasta el momento 1687368274 reproducciones en Youtube, pero quizás lo único que indica es que la industria sabe construir sus personajes. Cuando una periodista de la Cadena Ser preguntó a C. Tangana si se consideraba machista o feminista, el licenciado en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid contestó que era transexual, y que las ideas sobre masculinidad y feminidad que tiene España le comen el coño.

Prometí en mis anteriores columnas que este espacio lo limitaría a explicar que todo producto cultural y especialmente audiovisual, puede ser considerado una experiencia educativa. Educativa en el sentido en que construye imágenes sobre lo que nos atraviesa y lo que nos rodea. Nos educa sobre a quién desear, a quién votar, cómo estimar. Estereotipos, prejuicios y visiones de mundo que pueden significar, especialmente para los más jóvenes, formas simplistas de comprender la alteridad. Será imposible acompañar a los/as adolescentes si no nos preocupamos por entender sus músicas, sus códigos, sus reinterpretaciones de la rebeldía y el sarcasmo. Si, además, en nuestra infinita prepotencia les pedimos apagar el móvil y les criticamos sus youtubers. Estamos perdidos si no nos importa cómo funcionan las nuevas redes sociales y los algoritmos que las definen, mientras les hacemos preguntas estúpidas.

Mi padre entendía a Sergio Moya Molina cantando La Celosa, pero se sentía más culto, de mejor familia, escuchando a The Beatles cantar Run for Your Life, que traducida diría algo como: «Prefiero verte muerta, niña… a que estés con otro hombre. Será mejor que mantengas la cabeza alta, niña… o no sabrás dónde soy».

En 1984, el año en que nació, The Police ganó el Grammy en la canción del año por Every Breath You Take. La composición de Sting encabezó la lista Billboard durante ocho semanas consecutivas. La traducción de su letra dice así: «Cada aliento que tomes, cada movimiento que hagas, cada vínculo que rompas, cada paso que des, te estaré vigilando. Todos y cada uno de los días, y cada palabra que digas, cada juego que juegue, cada noche que te quedes, te estaré vigilando. ¿Oh, no puedes ver que tú me perteneces?»

Hace poco pregunté a jóvenes en un taller: ¿qué era lo primero que venía en sus mentes cuando pensaban en reguetón? Perreo intenso, me contestó una chica. Todavía no sé muy bien qué quiere decir, pero quizás tiene que ver con eso que me ayuda a trotar por las mañanas, cuando J.Balvin me «taladra» cariñosamente las orejas.

Por descontado que hay muchos reguetones con mal gusto, pero, ahora a mí también me gusta el perreo intenso, esa performatividad explícita de los deseos sexuales en una generación que creció con verdadero acceso a la información. Tampoco perderé la cabeza por el racismo y clasismo expresado desde ciertos sectores españoles hacia la llamada música latina. Esa que hace tiempo se coló en los barrios periféricos de Nueva York, Madrid, Barcelona y París, y que muy pronto fue aceptada por la élite, como ha pasado siempre con todas las músicas populares del mundo. Lo que sí me preocupa, en cambio, es el perreo romántico. Estas canciones que promueven desde hace décadas, en bucle, en cualquier idioma y en todos los ritmos, mitos como que el amor es una exclusividad que todo lo puede, que los polos opuestos siempre se atraen. Me inquieta el perreo romántico de Shakira, de Malú, de Leyva, de Aitana, de Camilo o del Alejandro Sanz. El de siempre, el que te deja sucia, ciega, sordomuda, maldita, tozuda, convertida en algo que no hace más que estimarlo.

En un mundo en el que los hombres siguen matando a «sus» mujeres, alguien debe desmontar las correlaciones entre amor y violencia, decirle a los/as jóvenes que amar no implica sufrir y que los celos no son más que inseguridad de quien los siente. Que no, que no toda la música es reguetón y que no todo reguetón es machista, pero, sobre todo, que la media naranja nunca existió. Que nadie nos faltará como el aire para respirar y que ningún mundo se acaba cuando el otro/a se va. Que nadie tiene que llevarlos a perder, a ningún destino, sin por qué. Que quizás nadie los tapará esta noche si hace frío, pero que solitos y solitas se podrán curar, el «corazón partío».

Texto publicado originalmente en EL COMEJÉN .