Por: Ana Cecilia Cervantes Sampayo
De vuelta al mundo de la docencia, después de algunos años trabajando fuera de las aulas, empecé a preparar mis primeros talleres para estudiantes de Instituto como siempre, con la proximidad necesaria para que todos y todas las adolescentes entiendan el sentido de nuestra presencia en el aula, y con la distancia suficiente para ganarme su respeto. Pero, antes de ir a la primera sesión, el director de elParlante, la asociación para la que trabajo me llamó para darme un consejo sencillo: “Recuerda que lo importante en este primer acercamiento es que seas tú misma”. En ese momento no entendí aquella sugerencia, pero admito que esa idea desmontó parte de lo que yo había preparado con ayuda de la guía pedagógica del proyecto.
Entre los nervios de llegar tarde, y lo lejos que estaba el Instituto de mi casa, no alcancé a pensar en cómo iba a hacerlo, ¿cómo ser yo misma frente a un grupo de adolescentes? ¿cómo encontrar esa conexión después de tantos años? Debía llegar allí y conquistar a todos y a todas con la historia de mis orígenes, mostrarles las imágenes de aquello que creen es Colombia y desmitificar algunos de los estereotipos más arraigados en este país. Así empiezan los talleres de La Cruïlla Comuna (El cruce común) con un encuentro entre culturas, poniendo en común todo aquello que nos une y lo que nos diferencia
Sin embargo, y aún conociendo toda la teoría que sustenta los talleres, no le saque partido a ese primer momento. Con los nervios aún a flor de piel, entré a la clase, me sentía como la novata del Instituto y no como la profesora que había sido, porque no sólo se trataba de explicar un tema, sino de hacerlo siendo yo misma. Así que, mientras el profesor me presentaba, decidí rápidamente y sin pensarlo demasiado que la mejor manera de acercarme al público presente era hablando en Catalán. El experimento no salió muy bien que digamos, no porque no pueda hablarlo bien, sino porque empecé a hacer una traducción (improvisada) de mi propia vida y de cierta información mediática que circula sobre Colombia y Barranquilla.
En algún momento de la sesión, un chico levantó la mano y me pidió que hablara en Castellano. “Bueno, no hay problema”, dije, “nosotros promovemos la educación para la libertad y no porque ahora termine la sesión en Castellano todos debemos hablar en la misma lengua, la idea es que cada uno se exprese de la manera que se sienta más cómodo”. Me escuché a mí misma dando un consejo que no había seguido, sin embargo me atormentaba la idea de pensar que mi Catalán era de pena, y que nunca podría hacer una sesión completa en la lengua del lugar donde he echado mis raíces.
El Catalán, desde luego, no era el problema. Ser yo misma ese primer día de clases, en el sentido que esa frase me sugería no parecía una tarea sencilla. Porque no se trataba simplemente de ir allí a enseñar las fotos y los videos que sesgan nuestra realidad, sino de contarlo en primera persona. Debía presentarme allí como mujer, un poco africana, un poco gallega, un poco indígena, colombiana, del tercer mundo, o de un país en desarrollo, como profesora, como guía, o simplemente como persona que a lo largo de cuatro sesiones pretende dejar más dudas que certezas, sobre todo en aquello que aparentemente nos separa. Mi historia debe representar la diferencia, el punto de vista del otro, de ese otro desdibujado y sin apenas voz en los medios audiovisuales y sociales, porque encuentros como estos salvaguardan nuestra diversidad.
Ensalzar la diferencia no se trata de promover y perpetuar una idea de desigualdad o de abrir más brechas, sino todo lo contrario, pretende encontrarnos en aquello que nos hace únicos e irrepetibles, no sólo como personas, sino también como culturas. No somos un “vosotros” y “nosotras”, porque a lo largo de las clases nos convertimos en “todxs”. Y compartimos historias, muchos y muchas incluso me han confesado haber involucrado en su vocabulario alguna palabra mía, alguna de esas que inventamos en el Caribe, como chévere o bacano, y que aún guardo en la mochila que traje cuando vine a Barcelona.
Ahora que por fin he comenzado a entender mi parte en la pedagogía de este proyecto, en cada nuevo comienzo de La Cruïlla Comuna, cuando voy a un cole nuevo, a una nueva localidad, me pregunto si seré capaz de ejercer el poder de ser yo misma y de enfrentar a alumnos y alumnas a una educación desde la diferencia. Tenemos ante nosotros un gran reto transformador y crítico, combatiendo rumores, desmontando estereotipos, abriendo los ojos y los oídos de las nuevas generaciones, las únicas capaces de provocar ese cambio que tanto anhelamos.
Promover la diversidad como un bien común, fomentar una mirada crítica de los medios de comunicación y promover la igualdad de género, es lo único que buscamos quienes hacemos esto, para encontrarnos en el debate y la discusión inclusiva, con la excusa de ver un vídeo, conocer historias de Barranquilla, de Marruecos o hablar de Reggeaton. Flor es argentina, y los alumnos viven fascinados con su manera de conjugar los verbos sólo en femenino, Raquel es gallega y es capaz de construir una frase con palabras de tres lenguas diferentes mientras registra una sesión en vídeo, Natàlia es catalana y habla también de los prejuicios que existen sobre nuestro territorio, y así, cada una, cada uno, va armando su discurso, generando narraciones irrepetibles. Eso es lo que somos, eso es lo que yo soy, trabajo sin miedo a ser yo misma.
Artículo publicado originalmente en Mujeres en Travesía