• PUBLICADO POR Alfredo Cohen Montoya
Músicos. Imagen en Pixabay

Un jovencísimo Carlitos Vives revolucionaba el panorama musical del Caribe colombiano recuperando canciones viejas, y yo, con solo siete años, abrazaba a mi papá en medio de 20 mil almas, cantando esas estrofas como si realmente alguien diferente a mi madre me esperara en casa.

Cuando salgo de parranda muchas veces me distraigo con algunas amiguitas, pero yo nunca te olvidoporque nuestros corazones ya no pueden separarse. Lo que pasa es que yo quiero que descanses, pa’ tenerte siempre bien conservadita…”

Han pasado treinta años desde aquel concierto, pero la canción compuesta por Sergio Moya Molina tiene más de seis décadas. Sin embargo, no sería extraño encontrar hoy en día a un adolescente de algún barrio de mi Barranquilla natal aún cantándola: 

Cómo ya tu me conoces te agradezco me perdones si regreso un poco tarde, cuando llegue yo a mi casa quiero verte muy alegre, cariñosa y complaciente, pero nunca me recibas con desaire, porque así tendré que irme nuevamente”

Durante el 2016, en uno de mis viajes a Colombia, indignado por la noticia de la violación y asesinato de una niña pobre, de origen indígena, a manos de un millonario, yo también maldije Las Cuatro Babys, la canción que Maluma acababa de lanzar con vídeo.

En el verano de 2019 durante un festival en Bilbao, C. Tangana fue bajado del cartel gracias a una petición de Change.org. El argumento era que no debía ser pagado con dineros públicos el concierto de un tipo que cantaba “machistadas”En el País Vasco, una manada de impresentables había grabado un vídeo mientras violaban a una joven semanas antes, así que las firmas de la petición subieron como espuma. 

Entonces volvió Maluma cantando: “Si con otro pasas el rato, vamos a ser feliz, vamos a ser feliz, felices los cuatrote agrandamos el cuarto…” Y ahora, ¿el sudaca machista estaba cantándole al poliamor? La posibilidad de esa relación sin celos tiene hasta el momento 1.687.368.274 reproducciones en Youtube, pero quizá lo único que indica es que la industria sabe construir sus personajes. Cuando una periodista de la Cadena Ser preguntó a C. Tangana si se consideraba machista o feminista, el licenciado en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid contestó que era transexual, y que las ideas sobre masculinidad y feminidad que tiene España le comen el coño. 

Prometí en mis anteriores columnas que este espacio lo limitaría a explicar que todo producto cultural y especialmente audiovisual, puede ser considerado una experiencia educativa. Educativa en el sentido en que construye imágenes sobre lo que nos atraviesa y lo que nos rodea. Nos educa sobre a quién desear, a quién votar, cómo amar. Estereotipos, prejuicios y visiones de mundo que pueden significar, especialmente para los más jóvenes, formas simplistas de comprender la otredad. Será imposible acompañar a los/as adolescentes si no nos preocupamos por entender sus músicas, sus códigos, sus reinterpretaciones de la rebeldía y el sarcasmo. Si, además, en nuestra infinita prepotencia les pedimos apagar el móvil y les criticamos sus youtubers. Estamos perdidos si nos importa un carajo cómo funcionan las nuevas redes sociales y los algoritmos que las definen, mientras les hacemos preguntas estúpidas.

Mi papá entendía a Sergio Moya Molina cantando La Celosa, pero se sentía más culto, de mejor familia, escuchando a The Beatles cantar Run for Your Life, que traducida diría algo como: “Prefiero verte muerta, niñita… a que estés con otro hombre. Será mejor que mantengas la cabeza alta, niña… o no sabrás dónde estoy”. 

En 1984, el año en que nací, The Police ganó el Grammy a la canción del año por Every Breath You Take. La composición de Sting encabezó la lista Billboard durante ocho semanas consecutivas. La traducción de su letra dice así: “Cada aliento que tomes, cada movimiento que hagas, cada atadura que rompas, cada paso que des, te estaré vigilando. Todos y cada uno de los días, y cada palabra que digas, cada juego que juegues, cada noche que te quedes, te estaré vigilando. Oh, ¿no puedes ver que tú me perteneces?”

Hace poco pregunté a jóvenes en un taller: ¿qué era lo primero que venía a sus mentes cuando pensaban en reguetón? Perreo intenso, me contestó una chica. Aún no sé muy bien qué significa, pero quizá tenga que ver con eso que me ayuda a trotar por las mañanas, cuando J.Balvin me taladra cariñosamente los oídos.

Por supuesto que hay muchos reguetones con mal gusto, sin embargo, a estas alturas a mí también me gusta el perreo intenso, esa performatividad explícita de los deseos sexuales en una generación que creció con verdadero acceso a la información. Tampoco perderé la cabeza por el racismo y clasismo expresado desde ciertos sectores españoles hacia la llamada música latina. Esa que hace rato se coló en los barrios periféricos de Nueva York, Madrid, Barcelona y París, y que muy pronto será aceptada por la élite, como ha sucedido siempre con todas las músicas populares del mundo. Lo que sí me preocupa, en cambio, es el perreo romántico. Esas canciones que promueven desde hace décadas, en bucle, en cualquier idioma y en todos los ritmos, mitos como que el amor es una exclusividad que todo lo puede, que los polos opuestos siempre se atraen. Me inquieta el perreo romántico de Shakira, de Malú, de Leyva, de Aitana, de Camilo o de Alejandro Sanz. El de siempre, el que te deja bruta, ciega, sordomuda, torpe, traste, testaruda, convertida en una cosa que no hace más que amarle. 

En un mundo en el que los hombres siguen matando a “sus” mujeres, alguien tiene que desmontar las correlaciones entre amor y violencia, decirle a los/as jóvenes que amar no implica sufrir y que los celos no son más que inseguridad de quien los siente. Que no, que no toda la música sudaca es reguetón y que no todo reguetón es machista, pero, sobre todo, que la media naranja jamás existió. Que nadie nos faltará como el aire para respirar y que ningún mundo se acaba cuando el otro/a se va. Que nadie tiene que llevarlos a perder, a ningún destino, sin ningún porqué. Que quizá nadie les tapará esta noche si hace frío, pero que solitos y solitas se podrán curar, el corazón partío.

Texto publicado originalmente en EL COMEJÉN.